Roberto de
Mattei
Corrispondenza
Romana, No 1365,
12 de noviembre de 2014
12 de noviembre de 2014
El Papa,
como supremo Pastor de la Iglesia universal, tiene el pleno derecho de remover
de su cargo a un obispo o un cardenal, aun cuando insigne. Quedó célebre el
caso del cardenal Louis Billot (1846-1931), uno de los mayores teólogos del
siglo XX, que el 13 de setiembre de 1927 entregó el birrete cardenalicio en las
manos de Pio XI, con el cual había entrado en desacuerdo sobre el caso de Action Française, y que terminó su vida
como simpe jesuita, en la casa de su Orden, en Galloro.
Otro caso
famoso es el del Cardenal Jósef
Mindszenty, removido por Paulo VI del cargo de Arzobispo de Esztergom y
Primado de Hungría, por su oposición a la Ostpolitik vaticana. Muchos otros
obispos fueron destituidos en los últimos años por estar envueltos en
escándalos financieros o morales. Pero si nadie puede negar al Sumo Pontífice
el derecho de demitir cualquier prelado por las razones que él juzgue más
oportunas, nadie puede tampoco quitar a los fieles el derecho que les asiste
como seres racionales, antes aún de cómo bautizados, de preguntarse sobre las
razones de esas destituciones, sobre todo si las mismas no fueren declaradas
explícitamente.
Eso explica
la consternación de muchos católicos con la noticia, formalmente comunicada por
la Sala de Prensa del Vaticano el 8 de noviembre, de la transferencia del Cardenal Raymond Leo Burke, de su cargo
de Prefecto de la Signatura Apostólica, para el de Patrono de la Orden de
Malta. En efecto, cuando la transferencia, como en este caso, concierne a un
cardenal aun relativamente joven (66 años) y oriundo de un puesto de máxima
importancia, para otro puramente honorífico, sin ni siquiera respetar el
cuestionable principio promoveatur ut amoveatur [promover
para remover], se trata evidentemente de un castigo público. Y, en este caso,
es lícito preguntarse cuáles son las acusaciones contra el prelado en cuestión.
El Cardenal
Burke desempeñó de hecho muy bien su cargo de Prefecto de la Suprema Signatura
Apostólica y es estimado por todos como un prominente canonista y hombre de
profunda vida interior, habiendo sido recientemente definido por Benedicto XVI
como un “gran cardenal”. ¿De qué él es culpado?
Los
observadores del Vaticano de las más diversas tendencias, respondieron con claridad
a esa pregunta. El Cardenal Burke habría sido acusado de ser “muy
conservador” y de estar en desacuerdo con el Papa Francisco. Después de
la malograda exposición introductoria del Cardenal Kasper en el Consistorio de
20 de febrero de 2014, el cardenal americano promovió la publicación de un
libro en que cinco influyentes purpurados y otros estudiosos expresaron sus
respetuosas reservas con relación a la nueva línea vaticana, abierta a la
hipótesis de la concesión de la comunión a los divorciados vueltos a casar y al
reconocimiento de las uniones de hecho.
Las
aprehensiones de los cardenales se vieron confirmadas por el Sínodo de octubre,
cuando las tesis más arriesgadas en términos de ortodoxia fueron de hecho
recogidas en la relatio post disceptationem
que antecedió al informe final. La única razón plausible es que el Papa haya
ofrecido en bandeja la cabeza del Cardenal Burke al Cardenal Kasper y, a través
de ésta, al Cardenal Karl Lehmann, expresidente de la Conferencia episcopal
Alemana. En efecto, es sabido por todos, por lo menos en Alemania, que quien
aún está llevando las cuerdas de la disidencia alemana contra Roma es el propio
Lehmann, antiguo discípulo de Karl Rahner. El padre Ralph Wiltgen, en su libro El Rin se lanza en el Tibre, puso a luz
el papel de Rahner en el Concilio Vaticano II, a partir del momento en que las
conferencias episcopales pasaron a desempeñar un papel determinante.
Las
Conferencias Episcopales eran de hecho dominadas por sus peritos en teología y,
siendo que la más poderosa de ellas era la alemana, fue decisivo el papel de su
principal teólogo, el jesuita Karl Rahner. El padre Wiltgen lo resume de forma
contundente, al describir la fuerza del lobby
progresista coligado en aquello que él llama de Alianza Europea: “La posición
de los obispos de lengua alemana siendo regularmente adoptada por la alianza
europea, y la posición de la alianza siendo, la mayoría de las veces, adoptada
por el Concilio, bastaba que un teólogo hiciese su oposición ser adoptada por
los obispos de lengua alemana para que el Concilio las hiciese suyas. Ese
teólogo existía: era el Padre Karl Rahner S.J.”.
Cincuenta
años después del Concilio Vaticano II, la sombra de Rahner aun perdura en la
Iglesia Católica, expresándose, por ejemplo, en las posiciones pro-homosexuales
de algunos de los discípulos más jóvenes de los cardenales Lehmann y Kasper,
como el cardenal arzobispo de Munich, Don Reinhard Marx, y el arzobispo de
Chieti, Don Bruno Forte.
El Papa
Francisco se pronunció contra dos tendencia, la del progresismo y la del
tradicionalismo, aun cuando sin aclarar cuál es el contenido de esos dos
rótulos. Pero si, con la palabra, él se distancia de esos dos polos que se
enfrentan hoy en la Iglesia, en verdad toda comprensión es reservada al
“progresismo”. La destitución del Cardenal Burke tiene un significado ejemplar
análogo a la destitución en curso de los Franciscanos de la Inmaculada.
Muchos
observadores han atribuido al Cardenal Braz de Aviz el proyecto de disolución
del Instituto, pero ahora quedó evidente para todos que el Papa Francisco
comparte enteramente la decisión. No se trata de la cuestión de la Misa
tradicional, que ni el Cardenal Burke ni los Franciscanos de la Inmaculada
celebran regularmente, sino de su actitud de inconformidad con la política
eclesiástica hoy dominante.
Por otro
lado, el Papa se entretuvo largamente con los representantes de los llamados “Movimientos sociales”, de orientación
ultramarxista, que se reunieron en Roma del 27 al 29 de octubre, y en julio
pasado nombró consultor del Consejo Pontificio para la Cultura un sacerdote
abiertamente heterodoxo, el padre Pablo d´Ors. Cabe preguntarse cuáles serán
las consecuencias de esta política, teniendo presente dos conceptos: el
principio filosófico de la heterogénesis de los fines, según el cual
determinadas acciones producen efectos contrarios a las intenciones, y el
principio teológico de la acción de la Providencia en la Historia, por el cual,
según las palabras de San Paulo, “omnia
cooperantur in bonum” (Rom. 8:28). En los designios de Dios, todo coopera
para el bien.
El caso de
Cardenal Burke y el caso de los Franciscanos de la Inmaculada, como, en un
nivel diferente, el caso de la Fraternidad San Pio X, son apenas los síntomas
de un malestar difuso que hacen realmente a la Iglesia parecer como un barco a
la deriva. Pero, aunque esos indicadores desapareciesen, o sea, que la
Fraternidad San Pio X no existiese, que los Franciscanos de la Inmaculada
fuesen disueltos o “reeducados” y el Cardenal Burke fuese reducido al silencio,
la crisis de la iglesia no dejaraí por eso de ser aún más grave. El Señor
prometió que la Barca de Pedro jamás se hundirá, no gracias a la habilidad del
timonero, sino por la Divina asistencia a la Iglesia, que vive, se puede decir,
entre las tempestades, sin jamás dejarse hundir por las olas (Mt 8: 23-27 ; Mc 4, 35-41; Lc 8: 22-25).
Los fieles católicos no están sin coraje:
cierran hileras, vuelven sus ojos hacia el Magisterio continuo e inmutable de
la Iglesia, que coincide con la Tradición, buscan fuerza en los Sacramentos,
continúan rezando y actuando, en la convicción de que, en la Historia de la
Iglesia, como en la vida de los hombres, el Señor interviene apenas cuando todo
parece perdido. Lo que se pide de nosotros no es una inacción resignada, sino
una lucha llena de confianza en la certeza de la Victoria.
Frente al Cardenal Burke, y ya previendo
las nuevas pruebas que ciertamente vendrán para él, nos gustaría repetir aquí
las palabras con las cuales, el 10 de febrero de 1974, Plinio Corrêa de Oliveira
se refirió al martirio espiritual infligido por Paulo VI al Cardenal
Mindszenty, cuando “las manos más
sagradas de la tierra avalaron la columna y la tiraron, quebrada, al suelo”.
Y concluyó: “Si el arzobispo cayó al
perder su diócesis, creció hasta las estrellas la figura moral del Buen Pastor
que da la vida por sus ovejas”.
Fuente: Blog da Familia Católica
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